Por Micaela Leskovar
La vivienda del mecánico que reparó La Poderosa y donde durmió el Che aún está en pie, pese a que pasó más de medio siglo.
Piedra del Águila (Enviada especial) > “Caminamos veinte kilómetros hasta el lugar llamado Piedra del Águila donde pudimos soldar, pero ya era tan tarde que decidimos quedarnos a dormir en la casa del mecánico”, relataba en su diario de viaje por Latinoamérica Ernesto “Che” Guevara, sobre el devenir de su aventura durante un día de verano de 1952.
En ese entonces, el joven de 23 años no era llamado El Che, sino Furer. Era un estudiante de medicina que, harto de los exámenes y de la rutina universitaria, se encontraba materializando el viaje que junto a su amigo, Alberto Granado, imaginó bajo un parral en Córdoba. El proyecto era el de atravesar Latinoamérica y llegar hasta los Estados Unidos, ambición que se cumplió en parte y que constituyó una mirada crítica sobre una realidad que más tarde el revolucionario intentaría cambiar.
Jóvenes y ávidos de nuevas experiencias, los muchachos atravesarían la Patagonia argentina movilizados por su motocicleta Norton 500 apodada como La Poderosa.
El 28 de enero, una falla en el vehículo que los transportaba los obligó a parar en Piedra del Águila, que en ese entonces era un pequeño poblado bordeado de formaciones rocosas sin vegetación y de color rojizo, a las que los lugareños asignarían figuras caprichosas.
Furer y su amigo eran “dos simples personas que pasaban por aquí”, según el relato de uno de los pocos testimonios vivos del paso del Che por el lugar, Raúl Etcheleiner, de 95 años. “Fue una visita fugaz”, señaló con dificultad memoriosa.
A Etcheleiner le cuesta oír y puede ver solamente con su ojo bueno. Sin embargo, ninguna de estas falencias parece afectar su sentido del humor. “Tengo muchos años”, advierte sin reconocer la edad que en voz alta le indican sus hijos.
El anciano llegó a Piedra del Águila con 18 años, cuando sólo habitaba la localidad un puñado de personas. “Antes la gente era distinta, éramos uno solo, si le pasaba algo a alguien estábamos todos”, recuerda lúcidamente mientras agrega que “la política lo ha estropeado todo”.
57 años antes del relato de Etcheleiner El Che dejó de manifiesto en su diario la buena predisposición de quienes les brindan su hospitalidad antes de llegar al centro poblado. “Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando vimos a la salida de la segunda curva que tomamos, una casa habitada. Nos recibieron muy bien y saciaron nuestra hambre con un exquisito asado de cordero”, señala el texto del cual se basaría luego el film “Diarios de Motocicleta”.
La tranquilidad que emana del silencio que aún habita en cada rincón de la localidad es la única similitud con aquella Piedra del Águila del ‘50.
Un taller mecánico, algunas casas, un negocio de ramos generales, una escuela y algún otro establecimiento del Estado constituían aquel poblado que ahora alcanza los 5 mil habitantes. No existía el monumento al Águila ni la central hidroeléctrica ubicada a 26 kilómetros del centro. El camino hacia las localidades cordilleranas no era el mismo que recorre ahora la asfaltada Ruta Nacional 237.
El camino de tierra y los fuertes vientos provenientes del Sur y del Oeste, que en agosto y septiembre alcanzan una velocidad de hasta 100 kilómetros por hora, hicieron mella en La
Etcheleiner recuerda, basado en quince años de experiencia como transportista, que por aquellos años el trayecto hasta Neuquén implicaba un viaje de días completos.